Enviar a email
  

  
Tiempo de lectura
07:32 min.
14/May/2015
Lo Que Nunca Viste

Gengis Kan

En apenas veinte años, el caudillo mongol levantó un imperio colosal, encadenando victorias que descansaron en su carisma personal, la elección de generales en razón de sus méritos (y no de su linaje) y el empleo sistemático del terror.

Compartir
A principios del siglo XIII, los ejércitos mongoles, liderados por Gengis Kan, protagonizaron una de las expansiones militares más importantes de la historia. En poco más de veinte años, los mongoles conquistaron buena parte del norte de China, entonces ocupado por el reino de Xi Xia y el imperio yurchen, y destruyeron el imperio musulmán de Juarezm, situado en Asia Central.
Los sucesores del conquistador mongol continuaron las conquistas, y en unos años sus ejércitos amenazaban países tan distantes entre sí como Hungría, Egipto y Japón.
A primera vista, la fulgurante expansión mongol resulta difícil de explicar. Es cierto que los pastores nómadas eran unos guerreros formidables: su estilo de vida los había convertido en excelentes jinetes y arqueros, y un clima atroz los había curtido para soportar las interminables penurias de la vida militar. Pero ninguno de los pueblos nómadas que les habían precedido como conquistadores surgidos de las estepas había tenido un éxito remotamente parecido al suyo.
Más aún, los ejércitos de Gengis Kan no disfrutaron de ninguna ventaja tecnológica sobre sus predecesores. De hecho, su arma principal, el potente arco compuesto, sólo presentaba pequeñas diferencias con el usado por los escitas más de dos mil años antes. Por otra parte, la organización del ejército mongol, estructurado en unidades de 10, 100, 1.000 y 10.000 hombres, tampoco era ninguna novedad y había sido empleada por muchos pueblos nómadas, desde que los Xiong Nu, fundadores del primer imperio en Mongolia, la adoptaron por primera vez en el siglo III a.C.
Un elemento determinante para entender este éxito es la figura del propio Gengis Kan. Fue uno de los mejores generales de su época y se le considera, merecidamente, como uno de los grandes generales de la historia.

El carisma del líder

Las hazañas de Gengis son impresionantes y entre sus víctimas se cuentan dos de los Estados más poderosos del momento: los imperios yurchen y juarezmio. Sus batallas campales se cuentan por victorias: contra el reino de Xi Xia en Keyimen (1209); contra los yurchen en Fuzhou (1211), en Xijiang (1212) y en Yizhou (1213), y contra los juarezmios en el Indo (1221).
Además, durante esos años varios ejércitos mongoles mandados por un grupo de subordinados de talento, como Jebe, Subetei y Mujali, infligieron a estos mismos enemigos al menos media docena más de grandes derrotas. Son precisamente estos hombres quienes nos recuerdan otro ingrediente de la receta del éxito de Gengis Kan: la instauración de una meritocracia en el ejército o, lo que es lo mismo, la selección de los hombres para puestos de responsabilidad por sus cualidades personales y no por su pertenencia a la aristocracia mongol.
Pero Gengis Kan no sólo dispuso de un nutrido grupo de excelentes subordinados, sino que éstos le fueron absolutamente fieles, incluso hombres como Jebe, que había matado de un flechazo al caballo de Gengis Kan durante una batalla, hombres que habían sido sus enemigos y a los que había perdonado. Fue el carisma del conquistador mongol lo que le permitió disfrutar de la lealtad incondicional de sus soldados, como en aquella ocasión en que, tras una confusa batalla contra los tayichiut, una tribu mongol que se negaba a reconocerle como kan, acabó tirado en el campo de batalla con una herida en el cuello y fue salvado por Jelme, uno de sus guerreros, que le cuidó toda la noche y llegó a infiltrarse en el campamento enemigo para conseguir leche de yegua para su sediento y malherido kan.

Disciplinados y flexibles

Otro pilar del ejército de Gengis Kan fue la durísima disciplina que implantó. En 1202, justo antes de una expedición para vengarse de los tatar, que habían asesinado a su padre unos cuarenta años antes, el conquistador mongol impartió esta rotunda orden a sus tropas: «Si vencemos, que ninguno tome botín en ese momento, pues ya será repartido más tarde; y si tenemos que retirarnos, tornemos al lugar de donde hayamos partido y, formados otra vez, volvamos a atacar con brío. Todo aquel que no vuelva a la formación será decapitado». De esta manera eliminó uno de los principales puntos débiles de los ejércitos nómadas, que muchas veces veían cómo, tras ganar una batalla, los guerreros victoriosos se detenían a saquear el campamento contrario, lo que permitía escapar a los enemigos.
A menudo, los castigos por falta de disciplina eran colectivos. Según Juan de Plano Carpini –un monje franciscano que visitó el imperio mongol dieciocho años después de la muerte de Gengis Kan–, si algún soldado de una unidad de diez hombres (arban) huía en plena batalla, era ejecutado con sus compañeros. Y si era todo un arban el que huía, entonces era ajusticiada la unidad de cien soldados (yaghun) a la que pertenecía.
Los mongoles también destacaron por su gran capacidad de adaptación, demostrando una magnífica predisposición para probar nuevas
estrategias a la hora de hacer frente a situaciones desconocidas. Quizás el campo en donde más se notó esta actitud fue en el de la guerra de asedio, el gran talón de Aquiles de muchos de los ejércitos nómadas. Durante el primer asedio de una gran ciudad fortificada, Zhong- xing, la capital del reino de Xi Xia atacada en 1209, el ejército de Gengis Kan, sin máquinas de asedio ni conocimientos técnicos, intentó derruir las murallas de la ciudad desviando el curso de un río para que socavara los cimientos. Las lluvias provocaron el desbordamiento del río, que acabó inundando el campamento de los mongoles, pero la determinación que éstos habían demostrado convenció al rey de Xi Xia para rendirse y entregar la capital.
Con todo, fue en el norte de China, en su lucha contra los yurchen, donde los mongoles se adaptaron a este tipo de guerra. Durante la primera campaña, en 1211, sólo pudieron apoderarse de ciudades pequeñas o mal defendidas, principalmente a través de ataques por sorpresa. Pero en los años siguientes desarrollaron un potente tren de asedio por el sencillo sistema de reclutar a miles de desertores chinos, que aportaron los conocimientos e incluso las máquinas de asedio de las que los mongoles carecían. En este caso, la capacidad de adaptación se
combinó con la meritocracia, que no sólo se aplicaba a los mongoles: cualquiera podía servir en el ejército de Gengis Kan, desde un humilde pastor de la estepa con aptitudes para el mando hasta un desertor chino con conocimientos en la guerra de asedio.
El terror como arma

El componente más polémico del estilo de guerra mongol fue el terror. En sus conquistas de Estados sedentarios, Gengis Kan aplicó premeditadamente una política del miedo, difundido a través de la violencia. Pero esta práctica no era la acción descontrolada de unos «bárbaros» sedientos de sangre, sino un instrumento calculado para facilitar las conquistas: cuanto más se resistía una zona, más cruel era la actuación de los mongoles, y los aterrorizados supervivientes de las represalias –a los que a menudo dejaban escapar los propios mongoles– eran los involuntarios portadores del mensaje de que toda resistencia contra el invasor era inútil.
Desde luego, los mongoles no fueron los primeros en pasar a cuchillo a todos los habitantes de una ciudad, ni serían los últimos, pero es probable que nadie lo hubiera hecho antes a semejante escala. ¿Por qué? Superados ampliamente en número por las poblaciones sometidas, no podían permitirse el lujo de dejar fuertes guarniciones para vigilar las zonas problemáticas, por lo que para ellos tenía sentido arrasarlas por completo. Pero para sus víctimas y para los historiadores sedentarios que nos han dejado relatos de las conquistas mongolas, para quienes el objetivo de las guerras era la conquista de poblaciones trabajadoras que eran la base de la riqueza, se trataba de un comportamiento demencial. De lo que no hay duda es de que las zonas conquistadas por los ejércitos de Gengis Kan, especialmente el norte de China y el Imperio juarezmio, perdieron una parte significativa de su población.
En definitiva, las campañas llevadas a cabo por Gengis Kan son impresionantes y constituyen, junto con las conquistas del Islam, una de las expansiones militares más importantes jamás vistas. Pero quizá son más fáciles de comprender si tenemos en cuenta que fueron conseguidas por un general brillante, que dirigía un ejército de sufridos y disciplinados guerreros nómadas, ayudado por unos subordinados capaces y leales, dotado de una gran capacidad de adaptación y que no tuvo escrúpulos a la hora de emplear el terror como arma.

Un imperio llamado a perdurar

La grandeza de Gengis Kan no se limita al ámbito militar. El caudillo mongol sentó las bases del nuevo imperio, creando una administración basada en consejeros y funcionarios procedentes de los territorios conquistados (otra vez la meritocracia) que dio continuidad a aquel inmenso Estado. De esta forma, evitó que sus conquistas fueran simplemente una gigantesca operación de saqueo y logró que se convirtieran en la base de lo que, al cabo de unas pocas décadas, bajo el gobierno de su nieto Mongke Kan, llegó a ser el Imperio terrestre más extenso de la historia.

Fuente: http://www.nationalgeographic.com.es/
Fecha
14/May/2015
Etiquetas
Gengis Kan caudillo mongol imperio
El arte de envenenar

El arte de envenenar

El mundo renacentista fue tan bello como brutal. Asesinatos y conjuras estaban a la orden del día. Y el veneno se convirtió en el arma más sofisticada.

28/Sep/2017
Vasija de arcilla

Vasija de arcilla

La vasija de arcilla fue enterrada bajo la cocina de una cabaña.

24/May/2017
Compartir

Boletín por email

Únete
Cargando...