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11/Mar/2013
Lo Que Nunca Viste

El arte del maquillaje en la antigua Roma

Las damas romanas pasaban horas ante el espejo para lograr un aspecto espléndido

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Las damas de la antigua Roma buscaban encandilar en las reuniones de sociedad, en el teatro o al pasearse por las calles de la Urbe, con un peinado a la última moda; joyas rutilantes en los brazos, el cuello y la cabeza; un elegante vestido de seda.
Otro elemento de la apariencia personal al que se daba más importancia todavía: era el cutis; el cuidado de la piel fue una auténtica obsesión de las romanas de clase elevada, y en torno a él se desarrolló un arte del maquillaje no menos sofisticado y lujoso que el de nuestra época.
Los cánones de la belleza romana aconsejaban a la mujer una piel luminosa, sonrosada y, sobre todo, blanca, la blancura de la piel era el supremo rasgo de distinción. Para lograr ese efecto de blancura se utilizaban diversas sustancias, que se aplicaban sobre el rostro al modo del maquillaje actual.
En 2003, unos arqueólogos hallaron en Londres un bote de estaño del siglo II que se había conservado herméticamente cerrado y que contenía una crema blanquecina ligeramente granulosa, sin duda usada como maquillaje.

Las cremas faciales:
El producto hallado en Londres tenía tres ingredientes: lanolina de la lana de oveja sin desengrasar, almidón y óxido de estaño; la lanolina servía de base para la mezcla; el almidón suavizaba la piel, función para la que sigue usándose hoy día en los productos cosméticos; el estaño era el elemento que blanqueaba la piel.
Para aclarar el rostro también se empleaba una base de maquillaje elaborada con vinagre, miel y aceite de oliva, así como las raíces secas del melón aplicadas como una cataplasma y los excrementos de cocodrilo o estornino; otros ingredientes utilizados como blanqueadores fueron la cera de abeja, el aceite de oliva, el agua de rosas, el aceite de almendra, el azafrán, el pepino, el eneldo, las setas, las amapolas, la raíz del lirio y el huevo.
Para dotar a la piel de una mayor luminosidad se usaban los polvos de mica.

Colorete y carmín:
Las mujeres resaltaban sus pómulos coloreándolos en tonos rojos muy vivos, como símbolo de buena salud, para ello se aplicaban tierras rojas, alheña o cinabrio, aunque había alternativas más económicas, como el jugo de mora o los posos de vino.
El carmín de labios, también en tonos rojos muy vivos, se lograba con el ocre procedente de líquenes o de moluscos, con frutas podridas e incluso con minio.

Los ojos:
La mujer debía poseer grandes ojos y largas pestañas, según el ideal de belleza romana, mediante un pequeño instrumento redondeado de marfil, vidrio, hueso o madera, que previamente se sumergía en aceite o en agua, se aplicaba el perfilador de ojos, que se obtenía con la galena, con el hollín o con el polvo de antimonio.
Generalmente para la sombra de ojos negra o azul, eran imprescindibles la ceniza y la zurita y por influencia egipcia, existían las sombras verdes elaboradas con polvo de malaquita.
Las cejas se perfilaban sin alargarlas y se retocaban con pinzas, existía una preferencia por las cejas unidas sobre la nariz, efecto que se lograba aplicando una mezcla de huevos de hormiga machacados con moscas secas.

Maquillajes y mascarillas:
Los cosméticos se compraban en los mercados, los maquillajes líquidos se colocaban en pequeños recipientes de terracota, en vasos de vidrio o en pequeños envases realizados con diferentes materiales; el cuello del recipiente estaba cerrado de tal forma que el maquillaje podía verterse gota a gota.
Los cosméticos espesos se vendían en pequeños cofres de madera de talla egipcia, acompañados con conchas para mezclar, espátulas, lápices, pinceles o bastoncillos para aplicar el maquillaje.

Las mujeres romanas no se conformaban con lograr una piel blanca; ésta debía estar además impecable: libre de arrugas, pecas o manchas. Para conseguir esto último, las mujeres solían colocarse mascarillas de belleza contra las manchas, como una realizada con hinojo, mirra perfumada, pétalos de rosa, incienso, sal gema y jugo de cebada.
Para contrarrestar las arrugas era muy común una mascarilla compuesta de arroz y harina de habas; también se recurría a la leche de burra, con la que había mujeres que se lavaban hasta siete veces al día.
Otro sorprendente remedio contra las arrugas era el astrágalo (hueso del pie) de una ternera blanca, hervido durante cuarenta días y cuarenta noches, hasta que se transformaba en gelatina y se aplicaba posteriormente con un paño.
Para tratar las pecas se recomendaba la aplicación de cenizas de caracoles.
Para alisar la piel era muy común una mascarilla a base de nabo silvestre y harina de yero, cebada, trigo y altramuz.

El secreto de la belleza:
Maquillarse y cuidar la piel requería una buena dosis de tiempo y habilidad. También había que acostumbrarse a manipular productos a veces un tanto repulsivos.

Fecha
11/Mar/2013
Etiquetas
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