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05/Nov/2012
Lo Que Nunca Viste

El nacimiento de Egipto.

Origen del Egipto faraónico.

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Los primeros reyes de Egipto para su descanso eterno eligieron una zona abrupta y desértica en la orilla occidental del Nilo en Abydos; una zona que hoy conocemos con el nombre de Umm el-Qaab. ¿Por qué decidieron ser enterrados en este recóndito lugar? la respuesta la encontramos en la propia ideología de la realeza y la sociedad egipcia. En Abydos no sólo están sepultados los monarcas de las dinastías I y II, sino también sus predecesores, los reyes del período Protodinástico, que habían completado la unificación del país, de manera que los nuevos soberanos aparecían como sus continuadores, de esta forma, la ubicación de las tumbas reales justificaba el poder real y le confería legitimidad.
La arquitectura de las nuevas sepulturas faraónicas fue cambiando, en una evolución que simboliza el tránsito a un nuevo orden político, en el que el faraón asumió un lugar central; las creencias sobre la muerte pasaron a reflejar una sociedad jerarquizada, presidida por el rey en virtud de su doble papel: como mediador entre dioses y mortales, y como garante del orden cósmico frente al caos.

Una corte bajo tierra.
Las tumbas reales de la dinastía I (hacia 3065-2890 a.C.), excavadas en el suelo del desierto, estaban formadas por una cámara principal revestida de madera, que acogía el cuerpo del rey, y por diversas cámaras secundarias, éstas también se utilizaban como enterramientos, y la calidad de los restos encontrados en ellas muestra la elevada posición social de las personas allí sepultadas.
La sepultura real y las demás fueron ocupadas a la vez; todas se cubrían cuando recibían los cuerpos de los difuntos. La élite egipcia, o una parte de ella, acompañaba a su rey en el viaje al "Más Allá" con la creencia de continuar a su servicio tras la muerte, pero ignoramos si estos enterramientos eran resultado de sacrificios rituales.
Los tres primeros gobernantes del Egipto unificado (Aha, Djer y Djet) y la madre del cuarto, llamada Merneith, construyeron unos colosales recintos funerarios de adobe a un kilómetro de sus tumbas; en el exterior, los muros de estos recintos estaban decorados con entrantes y salientes; en su interior, un inmenso espacio abierto albergaba capillas de culto al soberano difunto.
Durante la segunda mitad de la dinastía I, a partir del reinado de Den, hijo de Merneith, la cámara funeraria del rey la mayor de Umm el-Qaab, se revistió de piedra con un nuevo elemento: la escalera de acceso a la cámara, que permitía cubrir la sepultura real antes de la muerte del soberano. En un extremo de la tumba de Den había otra estancia subterránea dotada de una escalera independiente; en esta enigmática cámara se ha visto un precedente del serdab, el espacio que en los recintos funerarios del Imperio Antiguo alojaba la estatua del ka o aliento vital del personaje fallecido.
Los cinco primeros monarcas de la dinastía II posiblemente fueron enterrados en Saqqara, a 400 kilómetros Nilo abajo, pero sus dos últimos reyes, Peribsen y Jasejemuy, construyeron sus tumbas y levantaron recintos funerarios en Abydos. Las tumbas de estos soberanos difieren significativamente de las de los reyes de la dinastía I, continúan siendo estructuras subterráneas de adobe, pero las cámaras principales son de menor tamaño y cuentan con cámaras secundarias destinadas a almacenes, y no hay otros enterramientos asociados a las sepulturas reales.
El recinto funerario de Peribsen es de tamaño similar al de sus predecesores. La sepultura de su sucesor, Jasejemuy, muestra claros paralelismos con la del faraón que le siguió, Djoser, el primer rey de la dinastía III. Djoser devolvió la necrópolis real a Saqqara y sumó las tradiciones funerarias anteriores: juntó en un solo complejo la tumba, el recinto funerario, las capillas y los almacenes, elementos que hasta entonces habían estado separados.
Sus estancias subterráneas contenían todo lo necesario para una placentera existencia en el "Más Allá", desde lujosos objetos de prestigio, como jarras de piedra finamente trabajadas, hasta alimentos, aceites, ungüentos y vestidos.

El país de las primeras dinastías.
En el paso del IV al III milenio a.C. la mayor parte de los asentamientos están amurallados; muestran, falta de uniformidad en su planeamiento y diseño, lo que sugiere una importante iniciativa local y una débil autoridad central. Nos hablan de un período convulso y peligroso, en las bases de las estatuas de Jasejemuy aparecen inscripciones que muestran a enemigos derrotados, con las palabras: «Enemigos del norte 47.209», lo que sugiere una lucha por dominar el Delta y el conjunto del país. La autoridad real y la afirmación del poder real se manifestarían en las grandes construcciones de Jasejemuy, como el formidable templo que levantó en la ciudad de Hieracómpolis o su vasto recinto funerario en la necrópolis de Abydos.

El primer esplendor de Egipto.
El nacimiento del reino unificado bajo las dinastías I y II, fue inseparable de la aparición de la centralización política, la estratificación social, una potente economía y unas instituciones religiosas muy poderosas. Los títulos del faraón indicaban el carácter divino de su cargo, dirigía todas las actividades del país con la ayuda de una amplia burocracia, encabezada por el visir, tal cargo está documentado desde la dinastía III, pero probablemente ya existía en tiempos de Narmer, el último soberano de la dinastía 0.
Cada vez más numerosos funcionarios reales debían ser alimentados, y para ello el Estado recaudaba impuestos en especie que se almacenaban, como los cereales, o bajo la forma de trabajo físico destinado a la realización de obras públicas, como canales de irrigación e incluso la construcción de la tumba del rey. El rey tenía en sus manos toda la riqueza del país, ya que controlaba con los impuestos el comercio local y dominaba directamente el comercio internacional, que había alcanzado gran amplitud.
Por debajo de los funcionarios y del personal de los templos se situaban los artesanos cualificados, y el estrato más bajo de la sociedad lo ocupaban ganaderos y agricultores, fue el trabajo de estos humildes campesinos lo que hizo de Egipto una potencia mundial ya desde la dinastía I.

En Abydos, cinco mil años después de su construcción, las tumbas y los gruesos muros de adobe levantados por los reyes de aquel país poderoso y respetado siguen desafiando el polvo del desierto.
Fecha
05/Nov/2012
Etiquetas
nacimiento Egipto Nilo Abydos reyes tumbas cámara cuerpo sepultura faraón almacenes objetos
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