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25/Abr/2011
Lo Que Nunca Viste

El misterio que albergan las cavernas

En el interior de la Tierra está el infierno. Pero también el Paraíso. Todo depende de qué cultura hablemos. Porque existen zonas intermedias. Por ejemplo, el arte, que en el hombre constituye la alegría de transmitir conocimientos en forma creativa, como cuando trazó los primeros grabados rupestres hace 30 mil años. O en la religión, en las tribus del continente americano donde los indígenas buscaron el sentido de la vida a través de lo que enseñan los dioses sobre la muerte. Más recientemente tenemos al Proyecto Onkalo, que busca proteger bajo tierra material radiactivo por 100 mil años construyendo un laberinto de grutas intraterrestres que procuran asegurar la supervivencia de la humanidad contemporánea, pero quizá al precio de sentenciar a muerte a la del futuro.

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La Cueva Chauvet, en el sur de Francia, es un grandioso ejemplo de comunicación artística a través de los milenios. Es, con sus 32.000 años, la galería de arte más antigua de la humanidad. Las creaciones rupestres de los primitivos habitantes de la región da una perspectiva de cómo el arte atraviesa las barreras del tiempo, aunque el mensaje no llegue a destino entero.

En diciembre de 1994, los espeleólogos Jean-Marie Chauvet, Éliette Brunel y Christian Hillaire descubrieron la gruta. La magia incomprensible de estos grabados, donde han sido representados bisontes, felinos y mujeres, fue llevada al cine por Werner Herzog en su documental en 3D "Caves of Forgotten Dreams" (2011). Pese a que la decodificación de cada recoveco de Chauvet llevará años o décadas de estudios continuos, su sola existencia prueba que "en el transcurso del Paleolítico superior había aparecido un arte complejo y delicado", dejando testimonio de motivos y herramientas "justo durante el paso del Neandertal al hombre moderno en Europa del Este", indicó el profesor de Antropología de la Universidad de Sudáfrica, David Lewis Williams.

Los sueños de nuestros ancestros fueron olvidados, pero ahora la arqueología exorciza posibles significados y recupera sus retazos para la posteridad.

En las culturas indígenas, el Más Allá no siempre flotó sobre las nubes. Los antiguos mayas creían en un alma descendente: para ellos, la existencia continuaba en las entrañas de la Tierra y bajo los mares, en un Inframundo que era llamado Xibalbá por los quichés y Metnal por los yucatecos.

El alma maya no descendía en un infierno para ser castigada. Aquellos mundos subterráneos eran el portal de los muertos, la morada de los dioses y los antepasados. A diferencia de los destinos sagrados de otros pueblos, la localización del Inframundo maya era precisa. Eran los cenotes, las cavernas subterráneas y subacuáticas que se diseminan por cerca de 8.000 en la Península de Yucatán. En recintos como el cenote de Chichén Itzá eran depositados los cuerpos de los sacrificados, convirtiendo a esos lugares en los primeros osarios y énclaves funerarios subacuáticos conocidos. La sangre derramada en los rituales ayudaba a abrir el portal al otro mundo. Por ese motivo se pinta "una gran serpiente barbada y de mandíbulas esqueléticas con las fauces abiertas como entrada al inframundo", explica la arqueóloga del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Carmen Rojas Sandoval.

Demos un salto a umbrales del siglo XX. Mitologías modernas como las impulsadas por la Sociedad Teosófica fundada por la esoterista rusa Madame Helena Blavastki (1831-1891) y sus herederos, los contactados con seres de otros mundos, también precisaron grutas bajo tierra para concretar sus proyectos espirituales.

Un ejemplo influyente es el movimiento I AM (YO SOY), creado en los Estados Unidos a mediados de la década de 1930. Todo comenzó cuando el ingeniero en minas Guy Warren Ballard (1878-1939) habló de su encuentro con un joven de barba castaña que se presentó como el Conde de Saint Germain (¿1696?-1784), en el Monte Shasta, California. Tras esa entrevista, que según él tuvo lugar en unas recámaras subterráneas donde fue instruido por doce Maestros de la Hermandad Blanca, Ballard comenzó su carrera mística. El sociólogo J. Gordon Melton consideró que Ballard fue "el primer contactado con extraterrestres" del siglo XX (20 años anterior a George Adamsky), ya que los miembros de la Hermandad juraban haber llegado de Venus.

Ballard anunció la Segunda Venida de Jesús y aseguraba que la cura de todos los males yacía en esas cavernas, colmadas de tesoros que pertenecieron a las "civilizaciones desaparecidas de la Atlántida, Mú o Lemuria". Esas riquezas, afirmaba, eran usadas para estimular a quienes conducían los destinos del planeta. No es que Ballard suscribiera a la idea según la cual los ricos habían convertido al mundo en la calamidad que es, él enseñaba que el peor enemigo del planeta era el comunismo, el cual sería aniquilado por los maestros venusinos. Nada decía sobre el nazismo, pero pregonaba que en sus viajes dentro de la Tierra sabía todo lo que pasaba en el mundo gracias a unos súper equipos de radio que los Maestros usaban para comunicarse con otras ciudades y otros mundos.

Les contaba a sus discípulos que dentro de una montaña de Wyoming funcionaba un ascensor que descendía hasta unas enormes salas de máquinas instaladas por "Grandes Seres Cósmicos". Estos extraterrestres de tierra adentro emitían radiaciones que "reducían la actividad discordante" (en suma, controlaban) la vida en la Tierra. Todo esto, lógicamente, sucedía en sitios imprecisos o inaccesibles. Los misterios divinos nunca se encuentran en sitios localizables: la premisa de toda religión que se precie es huir de la verificación empírica.

La influencia de la doctrina de I AM es notable entre grupos esotéricos similares. Las montañas como comité de bienvenida de presuntos visitantes de otros mundos que permanecen en guaridas subterráneas o en otras dimensiones es una idea bastamente diseminada, siendo conocida como "vórtices", "centros de energía", "portales" o "santuarios", como Tiahuanaco en Bolivia, cerro Uritorco en Capilla del Monte, Argentina, Estancia La Aurora en Salto, Uruguay, o las espesuras de El Yunque en Puerto Rico.

En la misma línea, otro personaje descollante fue Richard Shaver (1907-1975), un colaborador de la revista "Amazing Stories" que, en una serie de cuentos que publicó en 1945 bajo el título "Yo recuerdo Lemuria" (según él, basados en experiencias reales), reescribió la historia de la Humanidad.

Todo habría comenzado (otra vez) en la Atlántida y continuado en refugios subterráneos, donde unos seres mega-tecnológicos establecieron una civilización inmortal. Estas criaturas lograron crear en sus laboratorios seres vivos, entre ellos el macho y la hembra humana. Unas peligrosas radiaciones nucleares procedentes del espacio exterior obligaron a "los dioses de la Humanidad" a montar sus astronaves y alejarse de la Tierra. Al irse, también abandonaron a otra civilización subterránea, los Deros, causantes de todo lo malo que sucede en el mundo.

En 1949 Ray Palmer, editor de "Amazing", llevó a Shaver a una nueva revista, "Fate", donde reemplazó la ciencia ficción por el ocultismo, entusiasmado con el floreciente mito de los platillos voladores. En los propios cuentos de Shaver estaba cifrada la clave del enigma, ya que un arma de los Deros "generaba voces" en la cabeza de las personas. El diagnóstico de esquizofrenia fue confirmado en 1971 por el propio Palmer. "Los ocho años que dijo haber pasado con esos seres en las cavernas estuvo internado en un hospicio de Michigan", confió el editor años después

Ray Palmer fue despreciado por los fans de ciencia ficción por dar carta de ciudadanía a las improbables memorias de un paciente psiquiátrico y poner en peligro la credibilidad del género literario. Los seguidores de Shaver encontraron la culpa fuera de este plano: el escritor tuvo una vida miserable a causa de la acción directa de los Deros, a quienes expuso al riesgo de ser descubiertos a partir de sus cuentos.

Desde luego, la invención de Shaver fue usada para convalidar el origen extraterrestre de los ovnis: ¡los dioses estaban de regreso! De hecho, Palmer siempre dijo que las historias de Shaver confirmaban las visiones de platillos voladores. Ahora, si hemos de creer a Palmer es otra cuestión. Por lo pronto, el fraude disparó las agrupaciones Círculos Shaver (que hoy continúan como Shavertron) y en películas de terror, como la japonesa "Marebito" (2004).

Estas historias sobre mundos subterráneos son extraordinariamente dudosas. ¿Tienen algo más en común? Son parte del acervo mítico de naciones, tribus y grupos. Un error de perspectiva que solemos cometer es restar relevancia a estos relatos por la fuerte intervención que tiene la imaginación humana en su construcción. ¿De qué sirve conocer una historia que, a final de cuentas, carece de fundamento?

Es una buena pregunta para trasladar a los finlandeses que integran el Proyecto Onkalo, quienes cavan sin descanso un intrincado túnel de 500 metros de profundidad donde prevén almacenar, aislar y asegurar la basura nuclear que produce el país. Porque éste es sólo el principio de la solución. El gran desafío consiste en lograr que esos desechos pasen inadvertidos durante 100 mil años, que es el monstruoso lapso que necesitan las 250.000 toneladas de material radioactivo para dejar de ser tóxicas. A fin de alertar al futuro han pensado en crear un mito ad hoc para minar con tabúes el basurero atómico.

Este año el director Michael Madsen estrenó el documental Into Eternity, que reflexiona sobre los dilemas filosóficos, éticos y científicos que plantean los residuos nucleares y los límites del Proyecto Onkalo, que trasladan el problema a futuras generaciones.

¿Cómo hacer para comunicar a una población de un futuro no tan lejano (digamos a los hombres y mujeres que habiten lo que fue Finlandia dentro de 10 mil o 20 mil años) que entrar en ese sector puede ser letal?

En "El planeta de los simios" (1968), el astronauta Charles Taylor (Charlton Heston) llega a una "zona prohibida". Esclavizado por los gorilas que custodian el secreto, el humano superó todos los obstáculos y descubre "la espantosa verdad" en unos restos arqueológicos, que dan una respuesta lapidaria a sus interrogantes.

Si la humanidad sufre una extinción parcial y su memoria histórica se resiente de muerte, tal vez los sistemas de señalización usuales no conseguirán alejar a los herederos del planeta de un potencial desastre. Por esa razón, los científicos barajan la idea de crear el mito religioso que "santificará" el área.

El Proyecto Onkalo va para largo. Se prevé que su construcción finalizará en el siglo XXII. Cuando su capacidad esté completa, la boca de acceso será sellada. En ese momento, quizás, aparecerán otros países, con idénticos problemas, que desearán copiar la idea.

Entonces, la pregunta resonará más fuerte: ¿Qué clase de mito habrá que crear para conjurar la curiosidad de los terrestres del futuro? ¿Qué idea religiosa podrá advertir, sin llamar la atención, que conviene mantenerse lejos del peligro?

Para algunos, la sepultura de la basura radioactiva es frágil porque no hay Cápsula del Tiempo capaz de resistir miles de años. Otros creen que, como desconocemos el lenguaje del hombre del mañana, cualquier solución tecnológica estará condenada a la incomprensión. Por eso, la protección más resistente, la única capaz de trascender barreras tecnológicas y lingüísticas, sería soltar un mito duro de roer.

El sostén de los buenos mitos no necesariamente son los lenguajes articulados. Se pueden transmitir conceptos apelando a significados, emociones y creencias que trascienden culturas. Los antropólogos confirman que algunos mitos han sobrevivido holocaustos completos y han resurgido otros, a veces generando sistemas de signos capaces de justificar a sus verdugos.

La siguiente pregunta es cómo crear religiones sintéticas invulnerables, con milagros a prueba de refutaciones y que proporcionen un arsenal de certezas dogmáticas que dén un sentido a nuestras vidas. Precisamente ese es el asunto que el Proyecto Onkalo está empezando a tratar de contestar.
Alejandro Agostinelli es periodista y editor del blog Factor 302.4
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