La ciudad de Cuzco, capital del antiguo Imperio Inca, fue desde su fundación una urbe sagrada. Según algunas tradiciones, el propio término de “Cusco” significaría “centro” en lengua quechua y en ella confluirían los tres niveles cósmicos: el mundo inferior, el mundo visible o terrenal y el mundo superior. Gracias a los trabajos realizados en los últimos años por investigadores como Brian Bauer o el matemático y arqueoastrónomo Giulio Magli, se ha podido saber que los antiguos incas diseñaron la ciudad en función de ciertas “líneas sagradas” llamadas ceques. Estas líneas, hasta un total de cuarenta y dos, confluían en un punto central donde, curiosamente, los incas construyeron el Koricancha o Templo del Sol, en la actualidad convertido en templo cristiano bajo el nombre de convento de Santo Domingo. Además de confluir en dicho templo, los ceques conectaban también con otros puntos de la geografía local, que eran considerados sagrados por los antiguos habitantes de Cuzco. Curiosamente, muchos de estos ceques contarían además con otra peculiaridad, pues estarían orientados a la salida del Sol en los solsticios de verano o invierno. Esta peculiar mezcla de elaboración de un paisaje sagrado y orientación astronómica se completaría, según el ya citado Magli, con la recreación en la disposición urbanística de la ciudad de una “constelación” con forma de puma, visible en una parte de la Vía Láctea, porción del firmamento que tenía una gran importancia para los antiguos incas.
El mundo renacentista fue tan bello como brutal. Asesinatos y conjuras estaban a la orden del día. Y el veneno se convirtió en el arma más sofisticada. Lo Que Nunca Viste
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