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24/Dic/2011
Lo Que Nunca Viste

Esoterismo: miradas que matan, ¿existe realmente el mal de ojo?

"Hay miradas que matan”, dice una expresión popular. Se trata, sin duda, de lenguaje figurado, de una manera de referirse metafóricamente a esas miradas que se lanzan cuando uno desea, por cualquier motivo, que su interlocutor desaparezca en un instante. Pero ¿se puede realmente matar con la mirada?

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Para el escritor del siglo XVIII Jacques- Albin-Simon Collin, autor del famoso Diccionario infernal, la respuesta es, categóricamente, sí: se puede matar con la mirada.
En general, se atribuye este poder a todas las brujas, y las italianas en concreto. La creencia en el poder de la mirada para provocar, entre otros males, la enfermedad y la muerte, viene de muy antiguo.
Y es que ese maleficio instalado en la mirada puede causar mil desventuras allí donde se posa, agostando campos, enfermando al ganado y provocando muy diversos efectos sobre las personas.
De esta materia sabían mucho los severos inquisidores que, a finales de la Edad Media, lidiaban con los diabólicos manejos de las brujas.
Una de las tretas utilizadas era la de pedir inocentemente a sus carceleros que les permitieran echar una ojeada a los miembros del tribunal antes de que se celebrara el juicio. Ese breve vistazo, echado desde un lugar discreto que las mantuviera ocultas, bastaba.
Habían sido hechizados por el mal de ojo de la astuta bruja que había anulado de ese modo su voluntad. Tan grande era el miedo que los jueces tenían, que además de exhortar a los guardianes para que nunca permitieran a las acusadas la previa contemplación del jurado, recomendaban que “la bruja fuera introducida en presencia del juez caminando de espaldas”, de manera que nunca tuviera a los miembros del tribunal bajo su peligrosa mirada.

El veneno de la envidia
Lo curioso del mal de ojo es que la mirada dañina puede proceder de cualquier persona, bruja o no, causando estragos incluso cuando el que mira no desea producir daño alguno. Toda mirada transporta, inevitablemente, las emociones de quien mira, sean estas de afecto o desafecto, de placer o disgusto.
Ira, envidia, odio y todas las pasiones comunes a los humanos viajan empujadas por la vista rumbo a sus destinatarios. El mecanismo es automático, sin que medie necesariamente la voluntad de quien mira. El mundo se convierte así en un entrecruce infinito de miradas venenosas.
Y es que toda mirada, por inocente que sea, va cargada de alguna intención.
Los autores antiguos parecen coincidir en que, de todas las malas intenciones que anidan en el corazón humano, la envidia es la más común.
Fecha
24/Dic/2011
Etiquetas
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