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02:16 min.
20/Ago/2012
Lo Que Nunca Viste

La Cruz del Diablo de Cuenca

Cuenta una antigua leyenda...

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Cuenta una antigua leyenda que en la histórica ciudad de Cuenca vivía un joven muy agraciado, hijo del oidor de la villa.
Este muchacho, seducía a todas las jóvenes sin ningún tipo de escrúpulos intentando conseguir de ellas todos los favores carnales necesarios para saciar su sed y posteriormente las dejaba sin ningún tipo de remordimiento.
Un día llegó a la ciudad una forastera, una joven tan bella que tanto hombres como mujeres no podían evitar mirarla cuando paseaba coqueta por las calles; Diana, que así se llamaba, se convirtió en pocas semanas en la sensación, y el joven mujeriego se fijó en ella.
El joven decidió hablar con la doncella para llevársela a su terreno y conseguir una nueva conquista. La mejor de las conquistas, la más codiciada de la ciudad.
Diana, se dio cuenta de las intenciones del joven y por eso que una y otra vez lo rechazaba sin miramiento.
El joven no se daba por vencido, cada día inventaba nuevas argucias para conquistarla, el resultado siempre parecía ser una rotunda negativa.
En la víspera de Todos los Santos, el joven recibió una carta de su amada Diana en la que lo citaba en la puerta de la Ermita de las Angustias; en esa carta la joven aseguraba que sería suya en la Noche de los Difuntos en ese mismo lugar.
Esa noche, a pesar de que comenzó a llover y tronar, el joven se presentó rápidamente en el lugar en el que la muchacha lo había citado.
Cuando llegó encontró a Diana vestida con las más hermosas prendas, el joven enloqueció de pasión, comenzó a besar cada centímetro de su blanca piel hasta que finalmente, preso por la lujuria, intentó arrancar parte de su vestimenta.
Los truenos seguían azotando Cuenca cuando la joven levantó su falda y justo en ese momento un rayo iluminó la oscura noche y los pies de Diana se convirtieron en pezuñas. El muchacho miró aterrorizado a su amada, la cual se había convertido en el mismísimo Diablo, el cual no cesaba de soltar estrepitosas carcajadas.
El joven salió corriendo gritando hasta que llegó a la cruz que había justo en la puerta de la ermita, se abrazó a ella esperando que Dios lo salvara de esa bestia; el Diablo lo persiguió y justo en el momento en el que se abrazó a la cruz le propinó un zarpazo que le rozó el hombro y que quedó plasmado en la piedra de la cruz.
Cuando abrió los ojos, el Diablo ya no estaba allí, pero el zarpazo había quedado grabado en la cruz de piedra de la ermita. Un zarpazo que a día de hoy se puede apreciar cuando visitamos esta Ermita de Cuenca.
Fecha
20/Ago/2012
Etiquetas
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